jueves, 6 de abril de 2017

En AVE sola y con los tres (parte 1)

Si todo va bien, a las 10:30 de este jueves 6 de abril, estaré en un AVE que me llevara a Barcelona SOLA con los tres.

Esta misma aventura, ya la experimenté el 27 de diciembre en las mismas circunstancias, con el agravante de que Hijo3 tenía dos semanas justas. Yo soy así: insensata y decidida. No me pierdo un período vacacional sin pisar tierras catalanas; llego como sea.

Aquella vez, fue bien. Llegamos a destino (que no es poco) bastante dignos y sin altercados reseñables.

Yo había solicitado ATENDO para mi billete y el de Carmen que aún no tenía 4 años (edad a partir de la cual los niños pagan, pero yo le contraté billete y asiento). Al llegar, había mucha gente reclamando su ayuda y estuvimos a punto de quedarnos sin (hay prioridades comprensibles: invidentes, sillas de ruedas, etc.), pero para mí era materialmente imposible llegar sola al vagón porque llevaba dos carritos y una maleta. Al final, la persona que estaba sentada en la oficina, se levantó a acompañar a una señora mayor (quería ayuda con su maleta) y a mí.

Al llegar al tren, subí a los niños, plegué un carro, dejé el otro abierto y metí uno en el vagón (miradas de pasajeros), entré otro (algún resoplido) y me senté con el tercero en brazos (aquí el silencio era tan denso que creí que iba en el vagón equivocado), pero no. Simplemente, es que la mayoría de personas de mi alrededor, debían haber nacido siendo adultas ya y les parecía cansino y
desagradable compartir tres horas con una madre posparturienta y sus retoños.

Intenté el plan establecido: Manel y Carmen en un asiento; yo en el otro, con Adrià en brazos. Pero Fajito también quería ir encima mío, y también quería jugar con los auriculares, intentar bajarse del asiento, hablar, moverse... Lo que viene siendo un niño de 15 meses (entonces). Pensé en darles galletas para entretenerles, pero temí el miguerío con los trocitos de galleta, por lo que los saqué a la zona entre vagones, donde sale la gente a hablar por teléfono. Allí seguía desplegado el Bugaboo de Hijo3 y lo pude posar. Él se puso a dormir. Yo me senté en el suelo con los otros a pasar el rato y así continué el viaje.

Allí jugaron, se movieron, intenté que molestase lo menos posible. Les dejé el móvil a ratos para que se entretuvieran y así llegamos a Sants donde me esperaba un trabajador de ATENDO para acompañarme hasta mi familia. Un pasajero me ayudó a bajar el carro, los niños, la silla y la maleta y se disculpó por no haberse dado cuenta antes.

Manel se había dormido un poco antes de llegar y bajó dormido. Adrià se hizo caca y, al cambiarlo, pipí. Después, cogió una rabieta y se quitó el pantalón con el movimiento de piernas...

El príncipe destronado llegando a Barcelona

Minutos antes de llegar


¿Y a qué viene esto? Pues a que no temo las dificultades de la logística, sino los comentarios de los que nacieron adultos y se atreven a juzgar.

Porque un par de meses más tarde, un sábado por la mañana, me encontré esto:
 Me dio qué pensar y respondí.

No tiene importancia (o sí)
Y porque el mismo día...


Pues eso. Que me va la marcha y que si veis mensajes críticos en RRSS sobre alguna madre terrible que alimenta, juega, lee un cuento, da el móvil, canta o riñe a su prole en el AVE esta mañana: soy yo.

Disculpadme si os ofendo, no es en ningún caso mi intención.



Le doy formato de partes al post porque sé que tendrá continuación y nuevas crónicas...

2 comentarios:

  1. Esos adultos que nunca fueron niños deberían pensar un poco más. A mí me molesta más el que va hablando por el móvil a voces sin salir del vagón, que el bebé que llora o el niño que está inquieto por el cansancio. Son niños, por favor! Y son el futuro.
    Enhorabuena por tu valentía al viajar sola con los tres.
    Muak!

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